Amor de yonki

      Son yonkis, pero se quieren. Ser yonki no es un impedimento para querer a otra persona. Amor de yonki. Nadie te dará más. Él pone con cuidado una cinta elástica alrededor del brazo de su amada. Acaricia delicadamente esa piel, tal vez morena, tal vez roñosa. No le importa, son detalles sin importancia, un drogadicto no tiene tiempo para esas minucias. Luego se miran a los ojos con pasión, y ella recuerda cuando papá llamaba a la puerta de su cuarto por la noche, de madrugada. El padre al menos era educado. Toc, toc. -¿Se puede?- Y entraba. En realidad era una pregunta algo frívola… muy estúpida, porque iba a entrar de todos modos, pero así era más facil, con educación. Me pierdo en los detalles… quiero que sepáis… quiero que seáis conscientes de que un drogadicto no tendría tiempo para esto, iría al grano. Y al pico.

Se miran a los ojos, decía, inflamados de pasión. Él busca en los bolsillos de su viejo plumas morado. O verde. Es difícil distinguir bolsillo de agujero porque hay poca luz en la fábrica y mucho agujero en el plumas, pero finalmente encuentra la jeringa. Mientras tanto, ella quema la cuchara. Adora esas burbujitas. Hacen bromas jocosas sobre ello, porque los drogadictos también tienen sentido del humor. Entonces comienza la danza: es tan bonito que alguien te drogue con tu consentimiento que casi no puedo evitar llorar al pensar en ello. El amante hunde con cuidado la aguja en la carne de su amada… si ella supiera quién es Santa Teresa ahora estaría divagando, preparando un discurso muy concienzudo sobre su vida y éxtasis. Estaría pensando en otras santas, en muchas santas. Santas no, Satanás, Satanás…

Luego le toca a él, es su turno. Comparten aguja y dosis, lo hacen todo a medias. Si lo hicieran solos se meterían la dosis entera. Lo hacen juntos, se drogan de una forma muy jodida, pero muy romántica. Se tiran por un precipicio cogidos de la mano porque se quieren desmesuradamente. Es un amor tan puro como impura es la heroína que se meten, y es una heroína muy muy impura, o eso dicen ellos.

     ¡Oh Dios mío! ¡Qué ritual tan amargo…! pero el café también lo es, y puedes poner azúcar. Ellos ponen caballo. Sabedlo: Se aman desmesuradamente, se aman con locura. Ninguno de vosotros encontrará jamás un amor como el de dos yonkis, a no ser, claro, que os hagáis.

Los amantes lo saben, saben que lo que han encontrado es como encontrar una aguja en un pajar. No. Ellos encuentran la paja en un enorme silo de agujas usadas. Comparten veneración mutua y sida. Luego se desnudan y hacen el amor sobre un colchón maloliente húmedo y frío, como dos Fido-Didos famélicos, consumidos, devorados por su vicio. Ellos lo consideran un hobby. Se aman. Maldita sea, se aman hasta el fin del mundo.

Aunque matarían al otro por un pico. Por un pico y una pala, para construirse una nueva vida.

La introducción al libro era una bomba.


     La introducción al libro era una bomba. No me refiero a algo figurado, no. No quiero decir que el contenido del texto desvelara un gran secreto. Tampoco era una bomba física, porque no estaba allí dentro. No puedes meter una bomba dentro de las tapas de un libro. ¿Entonces?. Es algo difícil de entender, un concepto treméndamente abstracto. Tú estabas hablando con el escritor en una conferencia rara que daba el tío, y en un momento dado, con toda naturalidad, arquea las cejas asintiendo y dice:

-eh… sí, sí… la introducción a mi libro es una bomba-. 

     Al instante comprendes que lo que dice el tipo no es algo figurado, sino que de alguna forma el ente o la idea «bomba» está desvinculado físicamente del libro y a la vez perfectamente configurado en su interior, contando con todas las funciones que una bomba tiene en nuestra realidad sensorial. Es un concepto platónico relativo al mundo de las ideas y la esencia de éstas que pocos pueden entender. No es una bomba encima de un escritorio, no lo imagines así, no tiene ningún tipo de impureza. Nada la rodea, únicamente espacio, y ese espacio no existe, sólo existe la bomba. Todo esencia, como un número: sin tamaño, sin color, sin rebaba…

     Eso es la introducción, una idea materializada en otra idea. Estallará y te matará antes de leer el puto libro. Da igual el argumento, no tiene ninguna importancia… iba sobre el musgo o algo así, pero nadie ha conseguido leerlo todavía.

    Repito que el explosivo (he querido evitar decir «explosivo» porque no es esto, es una bomba), no está dentro del libro, está desligado de éste, y de alguna manera estalla de forma físicamente simbólica en algún lugar extraño y perdido en el que tú también estás, aunque no te hayas movido de tu lugar. Todos se preguntaban donde diablos te habías metido. Saliste a comprar un libro y nunca volviste. No se si me habéis entendido, pero es eso:

     La introducción al libro era una bomba.

Platón sí lo entiende.

El Toro.

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     Hoy traigo una espina clavada en lo más profundo de mi sentido patriótico. La culpa es de Osborne. No, no de Bertín, Bertín no tiene la culpa. La culpa de Osborne y de su embaucador toro. Un verdadero icono de nuestra nación que han usado para engañarnos hasta límites inaceptables, haciéndonos creer que había un camino esplendoroso ahí fuera, cuando tan solo había una superficie opaca e impenetrable.

     El mayestático bóvido que nos acompañó en nuestros viajes a la playa, aquel que se perfilaba imponente en el horizonte ibérico y que todos soñábamos con tocar, ese símbolo de nuestra querida España, amigos… es una mentira, una falacia apestosa. Y siento profundamente tener que decir que han engañado y ganado al español en casa. Que España ha metido a España algo muy grande por el culo y la ha traicionado con aquello en que creímos desde niños: el Toro.

     Se presenta como una silueta imponente que nos mira de forma arrogante. Altivo y descarado, el leviatán español, el mismísimo Satanás, la bestia despreciable… nos desafía. Y es que su figura esconde el mayor bulo al que el pueblo español se ha visto sometido jamás. Siento tener que dar esta noticia, pues soy solo un triste ciudadano de a pie que escribe con lágrimas en los ojos, pero no puedo permanecer en silencio. He aquí el secreto.

     El rabo de la criatura, si os fijáis bien, hace una curva sospechosa, y se junta con la articulación de la extremidad izquierda. Esta grácil y barroquizante filigrana crea un hueco, un espacio libre entre la cola y la pata en el que no hay materia, en el que no hay toro. Miradlo.

     ¡Ja! Eso pensábamos, que ese hueco que debería ser la alegoría de un camino hacia la luz en esta España que hoy es aún más negra, era verdaderamente un hueco. Pero no. Y aquí es donde desvelo la desgarradora verdad: es una pegatina, es un trozo de cartón azul que simula el cielo, es una superficie opaca, una mentira, un engaño, una chanza hiriente. Un agravio. Los barrotes de la cárcel en que habitamos. Nunca hubo un hueco en nuestro ex-toro, solo un espejismo, la idea de una libertad que jamás tuvimos.

     Por eso, desde aquí hago un llamamiento para que perforen esos paneles y dejen el hueco que siempre tuvo que estar ahí, porque España es una nación libre y democrática, y aún puede reconciliarse con el rumiante que tanto daño la ha hecho.

Objetos y situaciones de la vida cotidiana.

Una boda maloliente.
Un tablón acurrucado.
Una nariz muy cruda.
Un entierro tibio.
Unas gafas azarosas.
Un caracol fanático.
Una sombra lacerante.
Un picaporte levítico.
Un pistacho filibustero.
Un salmón psicopompo.
Una impertinencia carlista.
Un beso ambiguo.
Un ladrón cisterciense.
Un alfiler polivalente.
Un arnés difamatorio.
Un pedo muy huraño.
Un esguince vampírico.
Una flema octogenaria.
Una poesía ludópata.
Un desgarro divertido.
Un calcetín titubeante.
Una muerte poco clara.
Un judío introvertido.
Un Cristo sonriente.
Un astronauta Amish.
Una chincheta cósmica.
Un cómico masticado.
Un rumiante entretenido.
Un hipopótamo muy tenaz.
Un flirteo agresivo.
Un ateo sincronizado.
Una emboscada senil.
Un lirismo aberrante.
Un hedor matemático.
Un neumático hereje.
Un amor hermeneútico.
Una subversión laboriosa.
Un candelabro invasivo.
Una evasión condescendiente.
Un vapor poco altruista.
Un sexante fútil.
Un cachorrito relativo.
Un meta-enamoramiento ideosincrático.
Un preservativo zimbauense.
Un jamón enredado.

Análisis artístico.

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     Ésta es la imagen que nos ponen al mirar a través de las lentes de uno de esos aparatos de test ocular. Al observarla detenidamente, haciendo caso omiso de las indicaciones de la señora oculista, y deleitándonos con la impresionante potencia artística que despliega, tanto en el contraste de tonalidades como en el tema elegido, no por casualidad nos llegan recuerdos chiriquianos. 

     La fuerza metafísica se aprecia aquí en un silencio profético que se hace casi tangible, a pesar de que los extraños ecos de la voz de la oculista lleguen desde el infinito instándonos a apartar nuestra vista de la obra de arte (porque… seamos objetivos, esto es una obra de arte).

     El genio creador de esta imagen de test o «test chart» del autorrefractómetro kr8100p ha ideado una escena que no sólo nos acerca a Chirico, sino también a Freud y ese concepto de «das unheimlich», según el cual, un individuo se ve aterrado o desconcertado ante una imagen familiar. Lo siniestro se hace evidente.

     Lo que observamos es una edificación que nos remite al sur de Estados Unidos, muy del gusto de las representadas por Hopper, al fondo de un extenso camino flanqueado por unas verjas paralelas que potencian el efecto de profundidad. De este modo el edificio parece inalcanzable y el espectador, cuyos ojos no tienen otra distracción por estar mirando a través de dos tubos, se siente partícipe de una experiencia onírica. Resulta  que quien se enfrenta a esta imagen se ve asaltado por toda una suerte de sensaciones ambiguas que trataremos de estudiar.

     El color, de acentuados contrastes lumínicos, se mueve en una paleta muy reducida, de dos colores fríos (a saber, el verde y el azul), uno cálido (el rojo) y el blanco neutro de las cercas de madera y la casa. Tal colorismo genera la primera sensación disonante: la vista fantasmagórica de la casa solitaria y el entorno de la misma es tratado, por contrapartida, con un cromatismo animado y vibrante.

     De esta forma, el edificio se torna desconcertante ante unos ojos que en principio sólo acudían al oculista para someterse a una revisión rutinaria. En efecto, la casa parece deshabitada,o habitada por fantasmas. Parece una mansión suspendida en el tiempo y la irrealidad

     En pocas ocasiones una pintura ha conseguido magnificar de un modo tan acusado una sensación en el espectador: la soledad, el exilio, la pérdida de cualquier vínculo con lo conocido a través de imágenes familiares. Cualquier ojo sensible se siente entonces acosado por memorias del pasado, por veranos en pueblos solitarios, bicicletas viejas y campos de trigo. 

    Se debe apreciar que el detallismo de una imagen que a priori nos resulta tan sencilla, ha llegado a realizar una sombra en la verja izquierda, consiguiendo de ese modo no sólo una obra de un profundo calado metafísico, sino también una composición estudiada y armoniosa. Una verdadera joya, un regalo para nuestros ojos. ¡Cómo nos cuidan los oculistas!.

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